Sonó un portazo y fue ahí, justo ahí cuando el último de sus suspiros marcó el punto y final. Supongo que esto venía de lejos, que abusamos del amor, del vício, de la locura que nos unía...
Al final acabamos siendo dos extraños que se cansaron de luchar contra las agujas del reloj, no es su culpa. De hecho, creo que no fue culpa de ninguno, simplemente se esfumó. No nos dimos cuenta, o tal vez no quisimos darnosla, al fin y al cabo es lo que todos solemos hacer.
No nos enfrentamos al problema hasta que estalla en nuestra propia cara. Quizá fui yo quien olvidó que los besos eran algo más que un contrato a seguir y, aunque suene contradictorio, aún miro cada mañana para ver si él esta ahí, enredado en esas sábanas que un día fueron nuestro mundo.
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